Como lo hicieron los jesuitas, la comunidad de las hermanas Clarisas, vino a participar del proceso de evangelización de los antiguos colombianos: se asentaron en uno de los extremos de la plaza central y abrieron sus puertas para recibir a las doncellas casamenteras sin suerte, así como a huérfanas, mujeres de mala conducta y otras mujeres de la sociedad colonial. El convento e iglesia de Santa Clara, reprodujo en su interior las estructuras sociales establecidas en este periodo de la historia del nuevo mundo, a la vez que se consolidaba como protagonista del naciente movimiento financiero de la ciudad. Entre tanto su templo, joya representativa del estilo barroco en el periodo colonial, atraía a los conversos a un mundo sublime de belleza enriquecido con elementos y colores propios del arte árabe. Hoy es evidente el éxito de la campaña evangelizadora y en la ciudad continúan en píe la arquitectura y en menor medida, las costumbres que convirtieron al centro de Bogotá, en un centro religioso.